A lo largo de su vida Ike se había tenido que internar en numerosos parajes repletos de maleza debido a la vida de aventurero que llevaba, pero nunca se había internado en una jungla como aquella. La vegetación era tan frondosa que Ike hubiera jurado que, de haberle tendido sus enemigos una emboscada, probablemente hubieran tenido éxito. “Maldito laguz, ¿pero que me meteré siempre en estos líos por él?” pensaba Ike mientras que molesto trataba de aplastar un mosquito que se había colocado en su cuello, que como el resto de su cuerpo estaba perlado por el sudor, ya que aquella jungla era tan increíblemente calurosa como frondosa.
Solo había una razón por la que Ike se había aventurado en aquel lugar. Y era por Ranulf. Su amigo, por llamarlo de alguna forma, laguz se había empeñado en internarse en aquel lugar solo por una leyenda local que había escuchado, sobre un tesoro que permanecía oculto en aquella jungla, custodiado por una serpiente de voraz apetito sexual que hipnotizaba a todo hombre lo bastante insensato como para internarse en sus terrenos, usándolo para satisfacer su deseo sexual antes de devorarlo. Aunque Ike pensaba todo aquello era un montón de patrañas, no le apetecía tampoco comprobarlo en sus propias carnes, por lo que cuando Ranulf le pidió ir, dio igual cuantas veces se lo pidiera, la respuesta de Ike era siempre un firme “No”. Así que Ranulf, decidido a encontrar el legendario y probablemente inexistente tesoro, hacía tres días que se había internado en el bosque, e Ike, al ver que no volvía, se había internado él a buscarlo.
“Como lo encuentre y resulte que este bien, va a ver lo que es bueno” pensaba Ike.
Los pensamientos del aventurero se vieron interrumpidos cuando empezó a escuchar un murmullo, que a medida que avanzaba se hacía más intenso, hasta que finalmente se dio cuenta que lo que emitía aquel sonido era una cascada. Rápidamente Ike uso las fuerzas que le quedaban para correr en dirección al sonido de la cascada, y en cuanto encontró la imponente cascada, se desprendió a toda prisa de su armadura y de sus ropajes, quedándose con la banda atada a su cabeza como única prenda puesta, y se sumergió de cabeza en la fresca agua.
Tan distraído estaba Ike refrescándose que no se fijo que, bajo la cascada, yacía una larga serpiente, que acababa de despertarse con el ruido de algo, o alguien, tirándose de cabeza al agua. Kaa llevaba tres días digiriendo su último almuerzo, un bello macho joven de laguz, con suaves orejas y cola de gato azules. Cuando la pitón escucho el ruido que le despertó, por un momento pensó que estaba soñando, rememorando su encuentro con su última presa, pero tras asomarse vio que no eran imaginaciones suyas, una nueva futura presa había llegado a la cascada, y está vez era un joven humano. Su plato favorito. Kaa observó al humano de espaldas, con el pelo azul y la espalda ancha, que revelaba una desarrollado musculatura. Kaa, sin poder dejar de pensar en el sabroso festín que iba a darse, se deslizó lentamente por el agua, procurando no llamar la atención del joven humano hasta que no sacó la cabeza del agua, colocando rápidamente los ojos a la altura y en frente de los del joven.
- ¿Puedo ayudarte en algo, mi bello cachorro humano?
Antes de que a Ike le diera tiempo siquiera a entender lo que estaba ocurriendo, Kaa comenzó el proceso para hipnotizar al joven, cuyos músculos en tensión volvían a relajarse mientras que lentamente rodeaba su cuerpo con su cola. Una vez que el joven estuvo hipnotizado y enroscado con la cola de Kaa hasta el pecho, Kaa lo arrastró hasta debajo de la cascada.
- Bueno, cachorro humano, cuéntame ¿a qué has venido? ¿Por casualidad el adorable laguz no sería amigo tuyo?
Ike, sin apartar la vista de los ojos de la serpiente, con los suyos abiertos como platos y una sonrisa de oreja a oreja asintió con la cabeza.
- Oh, en ese caso no temas, mi bello cachorro humano. Muy pronto te reuniras con él.
Kaa no podía dejar de pensar en lo bien que le iban a pasar juntos. Casi hasta le daba un poco de lástima que al final tuviera que comérselo, pero no bastante lástima como para no hacerlo tampoco. A fin de cuentas, un manjar como aquel no se encontraba todos los días.